El resultado obtenido por la caravana ‘pro cadena perpetua’ que ha organizado la familia de la pequeña Mari Luz Cortés no cabe más que calificarse de espectacular, por mucho que se esperara una respuesta tan contundente de la sociedad ante un caso tan dramático como éste. Cuatro millones de firmas se esperan llevar al Congreso de los Diputados. Entre ellas no va la mía, principalmente porque no creo que se haya enfocado bien el debate. Hoy por hoy, la cadena perpetua no cabe en nuestra Constitución, y espero que nunca quepa, porque, al igual que la pena de muerte, no significa más que el fracaso de la Justicia. Si el fin de la cárcel no es otro que la reinserción, el estar encerrado a perpetuidad es un contrasentido que no se sostiene por ningún lado. La familia Cortés ha recorrido las ciudades de España pidiendo que los pederastas asesinos pasen a la sombra el resto de sus días. ¿Quién dice que no a semejante demanda? La sociedad ha dicho claramente que sí, aunque hace tiempo que afortunadamente la voz del pueblo dejó de ser la voz de Dios. Hacer lo que nos pide el cuerpo, al menos en cuestiones legales, es algo que nos aleja del Estado de Derecho para acercarnos a la selva más indómita. Si algo ha dejado en evidencia el asesinato de la niña Mari Luz es que el sistema judicial español es un desastre sin parangón, un caos que termina propiciando lo contrario de lo que busca: la injusticia. Es precisamente este aspecto –la reforma total de una estructura podrida y saturada– en el que ha debido incidir la campaña emprendida por la familia. La negativa gubernamental a la implantación de la pena de muerte es más que evidente. Y lógica, porque no creo que sean necesarios endurecimientos drásticos de las penas. La ley, por así decirlo, no hay que hacerla más severa, sino cumplirla, que es lo que precisamente no se ha hecho en este caso, ya que Santiago del Valle estaba en la calle cuando tendría que haber estado en la cárcel. Otra cosa será la necesaria adaptación del Código Penal a los delitos de pederastia, porque es evidente que hay muchos que cumplen sus condenas y salen a la calle sin estar totalmente rehabilitados. ¿Qué hacer con estos casos? Más que de cadena perpetua, habría que hablar de vigilancia perpetua, un mecanismo que de alguna manera garantice la seguridad de los demás ante determinadas personas que nunca podrán controlar del todo sus abyectos y criminales impulsos sexuales. Legislar es una tarea ardua, durísima. Hacerlo a golpe de pasión en caliente es lo contrario a lo justo. Mi firma, ya digo, no va ni irá entre los cuatro millones que recogerá la familia Cortés. Y realmente lo siento, porque creo que su comportamiento ha sido admirable. Pero el corazón es un músculo que no debe mover a la Justicia.
Publicado en El Mundo-Huelva Noticias el 3 de junio de 2008.
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2 comentarios:
Amén Andrés.
Yo tampoco firmaría que razón tienes en lo que dices
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