Otro 14 de abril que pasa. Durante casi 40 años, la República fue en España un demonio comecuras y quemaiglesias. Hoy, en buena medida, lo sigue siendo. El poder reduccionista de los tópicos es así de injusto, por lo que aquel periodo ha quedado marcado por el humo de las iglesias. En el cementerio de la Soledad hay un monumento a los caídos por la libertad al que han ido a dejar flores varios miembros del PSOE. Está bien que se recuerde simbólicamente a las gentes que murieron en defensa de la democracia, pero mejor estaría si se hiciera una pedagogía profunda sobre esta etapa, más que por lo que fue, por lo que pudo haber sido. Otro 14 de abril y otra vez el verso de Blas de Otero en la cabeza: «España, aventura truncada, orgullo hecho pedazos». Nunca antes como desde que Zapatero llegara al poder se ha hablado tanto de la República. Y nunca de forma tan poco rigurosa, tanto los que la denuestan sin piedad como los que la elevan a los altares de la perfección. En un país en el que, por ejemplo, ser republicano se sigue asociando a ser de izquierdas (¿cabe mayor simplismo?) y en el que las pasiones continúan dominando la vida política muy por encima del pensamiento, no es extraño que los debates serios sobre este periodo hayan escaseado. La mejor visión, en mi opinión, la siguen dando periodistas ya fallecidos que vivieron de cerca y desde un prisma intelectual aquellos años convulsos. El trabajo de cuatro de ellos quedó recogido en un libro excelente, que no me canso de releer desde que se publicara en 2003, Cuatro historias de la República (Destino). En él se recogen cuatro obras de otros tantos monstruos del periodismo de la época con un denominador común: la ilusión con la que acogieron el régimen republicano y la decepción que les acabó provocando. Josep Pla, Julio Camba, Manuel Chaves Nogales y Gaziel ofrecen –desde la perspectiva de una tercera vía tan antifascista como anticomunista– una impagable crónica de un tiempo en el que todo estaba por llegar pero que nunca acabó llegando. La República murió ahogada por la furia de la derecha más violenta, sí, pero también por sus propios tópicos y sus tremendas limitaciones, algo que puede resumirse en una frase del genial Camba: «En España no ha habido un cambio de régimen, sino un cambio en el nombre del régimen». O en la famosa anécdota del tren, según la cual la gente de una determinada estación no se indignaba porque la locomotora llegara a diario tarde y renqueando, sino porque se siguiera llamando Alfonso XIII. Estos debates meramente nominales siguen dominando nuestra actualidad. La aventura truncada de la que habló Blas de Otero es una triste verdad que aún hoy sufrimos.
Publicado en El Mundo-Huelva Noticias el 15 de abril de 2008.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario