Quiso el destino y la guerra que el umbrío futuro de Miguel Hernández (1910-1942) comenzara a escribirse en Huelva. En la cárcel de Rosal de la Frontera inició su trágico periplo de prisiones y penales este poeta-pastor-miliciano que encarna como nadie el sentimiento trágico español. Ahora, cuando se va acercando ya el centenario de su nacimiento, unos cuantos van a rendirle homenaje este fin de semana en los mismos lugares donde comenzó a rondarle la muerte. Al frente de ellos se ha puesto otro poeta, Augusto Thassio, que ha conseguido que el reconocimiento que se celebrará en Rosal y Cortegana sea digno de tal nombre gracias a la presencia de la nuera y la nieta del autor de El hombre acecha, Lucía Izquierdo y María José Hernández. Podría decirse que con este hermoso acto los círculos empiezan a cerrarse, pero esto es algo que implica un cierto sentimiento de justicia y el caso de Miguel Hernández es lo más lejano a la justicia que pueda imaginarse. Este «genial epígono del la generación del 27», como le definió Dámaso Alonso, acabó sus días literalmente comido por el tifus y la tuberculosis perfectamente sabedor de su suerte y mucho más de la de su mujer y su hijo, que vivían en la indigencia en su Orihuela natal. Ya antes había perdido a otro hijo, a quien dedicó el impresionante Hijo de la luz y de la sombra; a su segundo están dedicadas las famosísimas Nanas de la cebolla, único alimento de su esposa en aquellos días infaustos. Aunque la justicia ya no puede llegar, el homenaje tiene la dignidad de lo hermoso. Los pueblos vecinos de Portugal relacionados con la suerte del poeta –Vila Verde de Ficalho, Santo Aleixo y Moura– también participarán en unos actos en los que, claro, estarán muy presentes las circunstancias de su detención, que son éstas: con el ejército republicano en desbandada, intenta huir a Portugal por Aroche. En Santo Aleixo lo acoge una familia. Luego pasa a Moura, donde al intentar empeñar el reloj que Aleixandre le había regalado el día de su boda es denunciado por el dueño del comercio. La policía de Salazar lo devuelve a las nuevas autoridades españolas. Comenzó entonces el calvario del poeta del sufrimiento. Un reguero de cárceles (Rosal, Sevilla, Torrijos, Madrid, Palencia, Ocaña y Alicante) acabó con la vida de a quien tanto gustaba cantarla. En los muros de su último penal dejó escrito un ruego: «Despedidme del sol y de los trigos». Él, que quiso ser el hortelano de la tierra que abonaban los cadáveres de sus amigos muertos, se despidió del mundo con los ojos abiertos. No pudieron cerrárselos. Aleixandre fijo ese momento en un poema. Al final de esta semana, en la Sierra de Huelva, Miguel Hernández estará menos muerto, porque la muerte nunca atrapa del todo a quien no se olvida.
Publicado en El Mundo-Huelva Noticias el 20 de mayo de 2008.
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3 comentarios:
Una verguenza como terminó sus días el poeta. Precisamente pasó por Valverde tenía que entrar en contacto con el notario Diego Romero, parece ser que no lo consiguió y continuó hacia Portugal.
A algunos todavía les parece que es mejor no abrir viejas heridas, las que todavía no están cerradas en algunos casos.
Grande Andrés
Juan, por lo que sé, Miguel Hernández llegó a Valverde a buscar a Diego Romero el notario por recomendación de un amigo común, el poeta sevillano Joaquín Romero Murube. Pero no pudo encontrarlo y, efectivamente, siguió hacia Portugal.
Más adelante, el notario, que estaba destinado en la Auditoría de Guerra, se hizo cargo de la defensa de Miguel Hernández. Todos los detalles los dejó por escrito Diego Romero en el libro 'Miguel Hernández en mi recuerdo', que no estaría mal que se reeditara, porque es inencontrable.
Si estuvo por Valverde parando en la posada de Manolo Castilla en la Calleja (hoy Caja Rural) curiosamente otro represaliado.
Supongo que conoceis las entregas de Diego Romero (El Notario) en Facanías que terminó con la publicación del libro.
Andrés, buen trabajo en el blog. Un abrazo
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