Ya era hora de que la Iglesia hiciera un gesto como el que ha hecho el obispo Blázquez, aunque sea matizado y todavía insuficiente. Pidió perdón por "actuaciones concretas" de miembros de la Iglesia durante la II República y la Guerra Civil. Dijo, en concreto: "En muchas ocasiones tendremos motivos para dar gracias a Dios por lo que se hizo y en otros momentos, sin erigirnos orgullosamente en jueces de los demás, debemos pedir perdón y reorientarnos, ya que la purificación de la memoria implica tanto el reconocimiento de las limitaciones y de los pecados como el cambio de actitud y el propósito de enmienda". Menos da una piedra, francamente. Y la frase de Churchill, de nuevo, a mi cabeza: Si la Iglesia tiene un Rouco, también tiene un Blázquez, al igual que en el franquismo tenía a un cardenal Tarancón, uno de los pocos que se atrevía a plantarle cara a Franco pública y privadamente, al que los ultras gritaban al salir de misa: "¡Tarancón, al paredón!; ¡Tarancón, al paredón!".
martes, 20 de noviembre de 2007
El perdón
Para evitar las generalizaciones (que son odiosas) siempre tengo presente una frase que dijo Churchill cuando, con Londres bombardeado por Alemania, le preguntaron la opinión que tenía sobre los alemanes. "No lo sé, no los conozco a todos", dijo. Esta inteligente salida me sirve a menudo, casi a diario, para evitar prejuicios y opiniones generales sobre cualquier cuestión. Me volví a acordar de ella oyendo ayer al presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, pedir perdón veladamente por ciertas actitudes de la Iglesia española durante la Guerra Civil y el franquismo.
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