
Ya era hora de que la Iglesia hiciera un gesto como el que ha hecho el obispo Blázquez, aunque sea matizado y todavía insuficiente. Pidió perdón por "actuaciones concretas" de miembros de la Iglesia durante la II República y la Guerra Civil. Dijo, en concreto: "En muchas ocasiones tendremos motivos para dar gracias a Dios por lo que se hizo y en otros momentos, sin erigirnos orgullosamente en jueces de los demás, debemos pedir perdón y reorientarnos, ya que la purificación de la memoria implica tanto el reconocimiento de las limitaciones y de los pecados como el cambio de actitud y el propósito de enmienda". Menos da una piedra, francamente. Y la frase de Churchill, de nuevo, a mi cabeza: Si la Iglesia tiene un Rouco, también tiene un Blázquez, al igual que en el franquismo tenía a un cardenal Tarancón, uno de los pocos que se atrevía a plantarle cara a Franco pública y privadamente, al que los ultras gritaban al salir de misa: "¡Tarancón, al paredón!; ¡Tarancón, al paredón!".
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