A Juan José Cortés no le hace ni pizca de gracia que el juicio por el asesinato de su hija se haga finalmente bajo el procedimiento de jurado popular. Dice el padre de Mari Luz que este hecho es una «provocación» que contribuye a crear «un circo». Al margen de que los trapecistas hace tiempo que efectúan sus piruetas bajo la carpa mediática a cuenta de este dramático asunto, a mí tampoco me ha convencido nunca esa suerte de Justicia popular que emana de ciudadanos anónimos convertidos en jueces por un día. Quiere decirse que me espanta la sola idea de tener que juzgar a algo o a alguien. ¿Quién soy yo para hacerlo? No me considero capacitado para un cometido que debe estar –exclusivamente– en manos de verdaderos profesionales del Derecho. Un proceso por jurado popular se centra –supongo– en calgar culpas. Es decir, el pueblo quiere –necesita, por su propia tranquilidad– un responsable. Imagino que existirán cientos de trucos de abogados para estos casos. O a lo mejor resulta que he visto demasiadas películas. Es probable. Sea como fuere, nunca me convenció aquella máxima contra la que tanto lucharon los ilustrados del XVIII, Vox populi, vox Dei («La voz del pueblo es la voz de Dios»), ciertamente reaccionaria. Parece que los defensores del jurado popular olvidan un hecho esencial, básico: el pueblo ya está representado en sus jueces, magistrados y fiscales. Así es en un sistema democrático, en el que se supone que la Justicia emana de las mismas entrañas de su sociedad. No creo, contra el criterio del padre de Mari Luz, que el jurado popular alimente el circo. Creo, simplemente, que alimenta la injusticia. La Ley y su aplicación son asuntos demasiado serios como para dejarlos en manos de advenedizos. A Santiago del Valle, al que ayer informaron de la buena nueva del jurado popular, lo van a juzgar nueve onubenses anónimos. La voz del pueblo no es nunca la voz de Dios. Ni la más sabia, por supuesto.
Publicado en El Mundo Huelva Noticias el 12 de enero de 2010.
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