Reviven las llamas en Berrocal, en el pantano del Zumajo, en Nerva, en Escacena, en Paterna, en El Madroño y Aznalcóllar. La Justicia sentó ayer sobre el borrajo que ya es ceniza al único acusado por el incendio de 2004, dos personas muertas, 35.000 hectáreas calcinadas, una marea oscura de tierra muerta y troncos sin raíces, un huracán de negras palomas tan lorquiano como dramáticamente real. A Emilio Perdigón le acusan de haber encendido la cerilla, allá por Riotinto. Él lo niega. El pueblo –para su tranquilidad– parece que ya tiene a su culpable. Veremos, con todo, qué papel le asigna la Justicia en esta tragedia andaluza. Sea cual fuere, convendría recordar la responsabilidad de cada cual en la catástrofe. Es decir, el abandono secular de nuestros campos, la falta de limpieza, el poco respeto que nos gastamos por nuestro entorno natural, una masa informe y verde que parece que siempre va a estar ahí, alimentándonos de oxígeno. Todo se unió aquel infausto verano para que el fuego deviniera en plaga bíblica. Luego llegaron las lluvias de millones, el rutilante paseo de políticos por el empedrado, las promesas sin fin. Y de nuevo la indiferencia. El abogado de la familia de las víctimas lamentó ayer que los testigos del incendio hayan sufrido «un ataque generalizado de olvido», en referencia al cambio de sentido de sus declaraciones. La desmemoria ha caído también, desde hace demasiado tiempo, sobre la tierra muerta. No quiere esto decir que no se haya tomado ninguna medida ni que se hayan cumplido algunos compromisos. Quiere decir, por ejemplo, que se ha hecho muy poco por evitar varios desmanes, como la transformación de terrenos forestales quemados en las mismas narices de la autoridad competente: plantaciones de naranjos donde antes había encinas, repoblaciones de eucaliptos... La provincia va a cerrar una página de su historia que puede volver a abrirse en cualquier momento. Por mucho que ya esté un candidato a culpable sentado en el banquillo.
Publicado en El Mundo Huelva Noticias el 19 de enero de 2010.
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