martes, 30 de septiembre de 2008

Lenguas

De todas las películas de Woody Allen se saca algo interesante. De la última, Vicky Cristina Barcelona, al margen de la a ratos muy divertida historia que cuenta, me llamó la atención un hecho sorprendente, como a otros compañeros. Los letreros de una frutería en la que entran una de las protagonistas con un amigo del máster de Identidad Catalana (?) al que asiste están en castellano. Ese frutero, en la vida real y diaria de Cataluña, sería multado. Los millones de euros que el Gobierno catalán se gastó para que Allen sacara una visión de Barcelona edulcorada, cultísima, cosmopolita y súper enrollada no consiguieron tapar el principal caballo de batalla de la Generalitat: la lengua. Este domingo salieron a las calles también de Barcelona unos cuantos miles de personas para reclamar un derecho básico y simple, pero fundamental: el fin de la imposición lingüística del catalán frente al castellano. Que deje de ser la única lengua vehicular en la educación y en una grandísima parte de los estamentos públicos. En definitiva, que no se trate al castellano en Cataluña como un idioma extranjero, que es una buena forma de resumir lo que está ocurriendo. Imponer una lengua sobre otra en una sociedad claramente bilingüe como la catalana es una aberración que no provoca más que injusticias. Lo dijo Arcadi Espada, un tipo bastante inteligente, al concluir la marcha de protesta: «Los territorios no tienen lengua. Las lenguas son de los ciudadanos». He ahí la clave, ignorada obviamente por los dirigentes catalanes, que han puesto en marcha un plan de inmersión lingüística que tiene como objetivo principal el de imponer el catalán como un instrumento fundamental de su imaginaria nación independiente. Esto es, la lengua al servicio de los delirios nacionalistas. En Cataluña se habla catalán como en Francia el francés, vienen a pensar. Y punto. ¿Que una gran parte de la población usa el castellano como lengua propia y diaria? Van sobrados con un par de horas a la semana en los colegios. Como si fueran extranjeros, ya digo. Al margen del educativo, un ejemplo claro de esta penosa situación está en la Literatura: los poetas y novelistas que usan el castellano como lengua de expresión no son considerados como parte integrante de la cultura catalana. Sin más. No cabe mayor fracaso en una política lingüística de una sociedad bilingüe, que ha de estar orgullosa precisamente por este hecho enriquecedor. Me parece bastante razonable el Manifiesto por la Lengua Común que tanto ha dado que hablar. Gente tan inteligente como Fernando Savater, Félix de Azúa, Boadella, Vargas Llosa, Miguel Delibes, Ana María Matute piensan lo mismo. No sé si Allen también, pero convendría que al frutero de su película le fuera buscando otro trabajo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Que sí Andrés, que los has bordao. Y digo "bordao" sin acritud ninguna hacia los que bien lo escriben y pronuncian, pero con el derecho que me otorga la libertad de expresión; porque en una sociedad donde todo el mundo se afana por exterminar tintes racistas, de violencia, antiecológicos,... digo yo que también es de cajón, que se respete al que habla castellano u otra lengua, háyese donde sea. Porque solo así, debemos respetar a quién hable catalán aquí. De lo contrario, deberíamos ir pensando en fijar la cuantía de la sanción que hay que impònerles a ellos cuando hablen su dialecto fuera de su región (y vuelvo a decir sin acritud lo de "dialecto" y "región").

Andrés dijo...

Amigo anónimo, estamos de acuerdo en lo básico, pero el catalán no es un dialecto, sino una lengua.

Saludos.

Anónimo dijo...

Recordar que, pese la repetitiva leyenda urbana que nos dice aquello de que preguntas la hora en castellano y te la contestan en catalán, en Barcelona, y supongo que en el resto de la Comunidad, hay una educación social tremenda, y los ciudadanos nos hacen ver qué buenas gentes son cuando te ves necesitado de algún catalán. Detalles como estos (y mucho más), nos demuestran una vez más lo separados y ajenos que viven los políticos españoles de los españoles. Para ellos, el frutero es un talibán contra el centrifuguismo.

Jesús Chacón dijo...

Lo penoso es hacer de la lingüística una cuestión política. Una cosa es la política lingüística, es decir instrumentalizar atendiendo a la realidad social que existe, y otra hacer de las lenguas una parte más de un determinado programa político, normalmente nacionalista. Las lenguas, por naturaleza, son libres, e intentar manipular eso es bárbaro. Es como si nos impusieran de qué manera tenemos que respirar. Vivan los fruteros valientes.

Bernardo Romero dijo...

Por razones de higiene mental no suelo ver Canal Sur TV, pero el otro día estuve viendo, bueno, intentando ver eso de "Se llama copla", y la verdad es que se me atragantó el cursillo de andalucismo cutre que se desprendía de semejante cosa. Puestos ya en el límite del desvarío, la presentadora, que se esfuerza en mantener un acento absolutamente irreal, equivocaba palabras o se inventaba palabros. Después de eso, lo de la inmersión lingüística catalana o lo de la conquista de Aragón, oriental primero, claro está, se queda en agua de borrajas. Por Dios y por todos los santos, podría ser que se solicitaran ayudas estructurales de los fondos europeos para el desarrollo, e invertirlos en dar un cursillo de sentido común, y de paso de Historia de España, perdón de Andalucía, que viene a ser el sur de España en todo caso, a esta pobre gente del Canal Sur. Quede usted con Dios, compadre.
posdata: Lo del Lopera, inenarrable.