lunes, 25 de abril de 2011

Vergüenza

Son los nombres propios de la desesperación. Sufren ahí al lado, muy cerca de la ciudad, aunque algunos se empeñen en hacerlos invisibles, como si el hecho de no hablar de ellos solucionara la terrible situación en la que están inmersos: Senegaleses y malíes como Omar Diop, Mor Loum, Adama o Alí, la mayoría de ellos universitarios veinteañeros que han acudido a Huelva llamados por los cantos de sirena y el espejismo del primer mundo. Los campos agrícolas de nuestra provincia se llenan estos días de campamentos del oprobio y la vergüenza, de aquellos soberbios alcázares de la miseria de los que hablaba el gran Luis Martín-Santos. Han construido pequeños pueblos con plásticos viejos, alambres encontrados y palés de madera que ahora les sirven para darles cobijo. El problema de los asentamientos ilegales no se arregla, ya digo, ignorándolo por irremediable, como si la costumbre lo convirtiera en parte de nuestro paisaje. Se soluciona con valentía y coraje, y, sobre todo, con humanidad. Es denigrante que algunos anden más preocupados por la imagen que pueda darse de nuestra fresa fuera de España, que por acabar de una vez por todas con la tragedia de cientos (2.000 ha contabilizado ya Cáritas) de seres humanos que viven como ratas en los campos de la provincia. ¿Se perjudica a la fresa por denunciar esta situación? Qué paradoja más cruel y repugnante. Mejor no hablar, pues. Mejor ahogar nuestras conciencias con el valium de la prosperidad económica. Mejor mirar para otro lado y seguir pensando que el mundo en que vivimos sólo está dominado por los pajarillos y las margaritas.

Publicado en HuelvaYa el 20 de abril de 2011.